Su madre no le creyó -hasta un día- que el pastor había violado su hijita

Es de un campo apartado de Santiago, y dueña absoluta de la carga emocional más grande que cerebro alguno pueda soportar. Así lo deja entrever ella, ‘La Chica del Batey’, como prefirió llamarse. Es una joven de 19 años que a los 13 perdió su inocencia en el lugar menos imaginado: la iglesia.

Con un pantalón tres cuartos (por debajo de las rodillas), una camiseta que dice: “El que me mantenga que se meta”, unas trenzas no tan bien hechas, unos tenis sin medias, y con un deseo inmenso de sacar hacia afuera ese manojo de resentimientos que la mantiene apartada de la iglesia desde hace seis años, decide romper su silencio.

“Yo era una niña que ni siquiera había desarrollado. Así como usted lo escucha, no había visto la primera menstruación y ya ese hombre me había desgraciado la vida”, respira. “Espérate que no quiero llorar, pero eso no lo he podido olvidar”. Sigue llorando con un llanto contagioso para el cual el equipo de LISTÍN DIARIO no fue preparado.

Vuelve la calma, pero no porque se hayan agotado las ganas de seguir el desahogo. “¿Yo te puedo decir cómo andaba vestida, verdad? Es para que tengas una idea de lo niña que yo era. Tenía puesto un vestido de florecitas que me regaló mi abuela con lazo atrás, puro de niña”, se calla sin dar detalles. Era comprensible su silencio.

“Me dicen que soy como una loquita, pero tengo sentimientos, ¿sabes?”, comenta para justificar las lágrimas que no dejan de caer sobre la vieja camiseta. “Dame un momento”, se dirige a la única habitación que tiene la pequeña casa donde vive con su abuela paterna. Termina de secarse la cara con la cortina que hace las veces de puerta entre la sala y el diminuto cuarto que se alcanza a ver, sin obstáculo.

Regresa aparentemente calmada y lista para decir a los lectores de LISTÍN DIARIO lo que pasó aquella vez y por qué decidió hablar. “Vamos al mambo”, bromeó para reponerse. “Tengo que cogerlo ‘chilin’ ahora, porque mire hermana, yo sí he sufrido en esta vida. Jesús, antes de ese demonio abusar de mí, ya yo era víctima de la pobreza y de todo”, se limpia los ojos y calla. Continúa el relato. “Ese día que él me violó yo fui a limpiar el templo con una prima de mi mamá. Ella me dijo que fuera despolvando los bancos, en lo que ella hacía una diligencia. Él entró con un olor a perfume, dizque que iba para una reunión. Me preguntó por la prima y cuando le conté que no estaba, de una vez me dijo, ‘ven acá, para enseñarte algo que quiero que limpien’. Yo fui, porque yo solo pensaba que estaba sirviendo a mi iglesia y que me iban a dar un dinerito por la limpieza. Ay Dios mío, no quiero llorar, ayúdame DiosÖ”, era el momento de esperar.

“Me besó con su asquerosa boca”
Fue corta la pausa. Ella es fuerte. “Fui a la parte de atrás con él a ver el sucio, y el sucio era él. Me dijo que no hablara ni media palabra aunque llegara alguien, que si no lo hacía me mataba. Me soltó el lazo del vestido que te dije, me lo quitó y comenzó a besarme con su asquerosa boca y a pasarme la mano, hasta que me desgració la vida”, toma unos minutos.

Un nudo en la garganta impidió hacer las preguntas correspondientes. Por suerte ella siguió hablando y dándole sentido a esta historia tan difícil de contar. “Yo lloré tanto y le dije: ‘¿Por qué usted me hace esto si me conoce desde chiquita? Yo no me he formado, yo soy una niña”, dice en medio de un llanto que daba deseo de abandonarlo todo.

Conforme avanzaba en su relato ‘La Chica del Batey’ que a simple vista parece alegre, no tenía ni rastro de aquella chispa con la que recibió a los reporteros. “Yo creía que era más fuerte”. Lo eres, y más de lo que te imaginas. Lo que sucede es que eres una persona con sentimientos. Fue la frase de consuelo que surgió para contribuir a esa fortaleza que tiene al atreverse a contar su secreto para que otros también lo hagan y denuncien al abusador. “Cuando le pregunté por qué, él no me contestó esa pregunta. Solo me dijo que no me atreviera a hablar y siguió amenazándome. Yo lloré tanto que se podía limpiar el piso con tantas lágrimas. Jehová, cuánto grité”, y lo repite al parecer como el primer día porque no para de llorar.

Estaba adolorida física y emocionalmente. “No podía caminar del dolor en mis piernas, en todo mi cuerpo, del dolor en el alma. Como Dios me ayudó me puse el panti y el vestido. No pude hacerme el lazo, mis brazos no me daban, yo era muy pequeña para mi edad”, se tapa la cara con la nueva blusa que se había puesto.

Cuando llegó la prima
Con la mente obnubilada ya no se acordaba de la prima de su madre, admite. “Cuando la escucho que me llama es que vuelvo en sí. No tenía fuerzas para responderle. Él se había ido y yo ni cuenta me di. Ella parece que se puso a buscarme, y cuando me encontró me preguntó que qué me pasaba. Solo sé que le contesté que me había caído limpiando la ventana”. Ella no indagó más allá de lo que sus ojos pudieron ver. Solo atinó a decirle que a las 3:00 tenían que haber terminado. Era la 1:30.

“Ella me había llevado comida, pero no quise. Lo único que quería era desaparecer”. Terminada esta frase se paró y caminó hacia la única ventana que tiene su casa. Tomó aire. Se volteó de repente y algo inesperado pasó: Se tiró al piso con desesperación. “Diooooooos, odio a ese hombre. No quiero saber de mi mamá. No sé qué me ha dolido más si la violación o que ella no creyera que fue su pastor que me hizo eso”. Toca esperar y cooperar para ayudarla a superar esa crisis que deja bien claro que dentro hay mucho dolor.

Unos 15 minutos más tarde retorna la calma. Es ahora cuando cree que hay que explicar el porqué de su reacción. “No hace falta que te disculpes. De algún modo tienes que deshacerte de esas emociones reprimidas”, se le dijo sin pretender darle una terapia psicológica.

Se lo dijo el mismo día a la mamá
“Mira, mira, atiéndeme, es que fue cruel. Cuando yo llegué a la casa, ella no estaba ahí. Me bañé y me acosté. Mi hermano me preguntó por qué lloraba y le dije que me sentía mal, me puso la mano en la cabeza y me dijo que yo tenía fiebre. No le hice caso y seguí llorando”, dice ahora más tranquila.

Eran como las 5:00 de la tarde cuando llegó la madre. La niña ya tenía como dos horas en la casa. “Me dijo tu hermano que estás mala, ¿qué te pasa?”, cuenta que le preguntó su madre. “Le dije que nada, pero me pasó una pastilla y dijo: ‘Eso fue el cloro que te hizo daño’. Gran cloro”, replica. Su hermano es cinco años mayor que ella, y a su cargo quedó la niña cuando a las 7:00 de la noche su madre se fue para la iglesia. “Aunque me quería dormir no podía. Tenía un CD en mi cabeza que se repetía, que se repetía y me atormentaba. Mientras más lo recordaba, más me dolía. En un momento mi hermano volvió a preguntarme. No le dije nada, él es un poco violento”.

Luego pide permiso para ir al baño. Regresa pronto, y sigue el relato. “Como a las 9:00 y pico llegó mi mamá y entró a la habitación que era la misma de ella, me pasó una taza de avena y no la quise. No me hizo mucho caso. Se fue y volvió. ‘¿Fue que te llegó la menstruación ya, que te veo tan rara?’, me preguntó. No, fue que el pastor me violó, eso es lo que tengo, que el pastor me violó y yo soy una niña”, lo cuenta como si se lo estuviera gritando de nuevo. Llora y se agarra las manos como buscando en ellas el respaldo que no recibió de su madre.

“Mentira, muchachita malcriada. Inventadora, eso es para que no te mande mañana a terminar la limpieza. Buena fresca, mejor será que no le digas eso a tu hermano, para que no lo metas en un problema y que vaya y le pase algo por tu culpa. Cualquiera te da dos galletas, buenaÖ”, esa fue su reacción cuando la niña víctima de pedofilia a manos del pastor de la iglesia, le contó el desgarrador motivo por el que se sentía tan mal. Su padre no vivía con ellos. Su hermano no escuchó aquella confesión y fue después que se destapó la verdad, cuando la madre se lo dijo.

La verdad salió a flote
Duró mucho tiempo hablando con su progenitora, solo lo necesario. Pasados algunos meses su abuela paterna, que vive en la Capital, visitó el campo para pasar unos días allá. “Ella siempre me ha querido mucho y le dije que quería irme con ella. Habló con mi mamá y la convenció. Yo sé que fue fácil para mami decir que sí, así salía de mí y seguía en su iglesia”.

A los dos años de haber abusado de aquella niña inocente, una madre lo denunció por haberle hecho lo mismo a su hija de 12. “Aunque se comprobó que sí, no se sabe qué fue lo que hizo la justicia, porque todo el mundo en el campo dice que él vive en Puerto Rico”, lo dice con una expresión de alivio, que bajó la tensión que se había producido en el escenario que escogió para desvelar su frustración. Cuando la madre se enteró de que su niña le había dicho la verdad en aquél momento, trató de hablar con ella, pero ya era demasiado tarde. La violación y su reacción ante el dolor de su hija habían creado la zapata para construir a la chica rebelde que hoy es la protagonista de esta historia.

Las consecuencias que ha sufrido
Cuando ‘La Chica del Batey’, como se hizo llamar, habló del resultado que produjo en ella aquella vil violación, cobró sentido el letrero de la camiseta con la que recibió a los reporteros: “El que me mantenga que se meta”.

 

“Es que de mí hablan mucho. Tengo 19 años, y aunque he querido estudiar, lo único que he podido hacer es fracasar. Me casé a los 16 años, y me dejé a los 17. He tenido muchos novios, pero no me enamoro. Mi abuela me recibió aquí otra vez y estoy tratando de portarme bien, pero se me hace difícil, muy difícil”, llora un poco, pero con más sosiego.

 

No ha pasado de octavo curso, y jamás ha vuelto a la iglesia. Ante la pregunta de que si cree en Dios, responde de forma asombrosa: “Claro que sí, no fue Dios que me hizo eso. Recuerde que Él nos dio libre albedrío y muchos no lo sabemos utilizar, ese pastor delÖ no lo supo interpretar”, luego de este pronunciamiento mira para todos lados segura de que dio en el clavo.

Se levanta de la sillita plástica donde estuvo sentada casi siempre, recoge un vaso de la mesa, se dirige al área de la cocina que es parte de la misma sala, y desde allá comienza a hablar mientras se va aproximando a su silla: “No es para que se vayan, pero yo voy a terminar diciendo: mujeres cuiden a sus hijos de estos demonios, Satanás anda suelto y no nos queremos dar cuenta. Ah, y créanles a sus muchachos cuando les dicen algo tan peligroso como eso, denuncien a esos abusadores, hablen, que yo no dije nada porque no encontré apoyo”, concluye, al tiempo que se seca las lágrimas con las manos.

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